Rodolfo Walsh: La balada del olvidado.
- Santiago Gutser
- 12 ago
- 4 Min. de lectura

No sé cómo llegué a Rodolfo Walsh, quizás una lectura me llevó a otra y así sucesivamente fui a dar con él. Sin embargo, no logro recordar realmente cómo encontré este nombre entre la literatura. Lo que sí recuerdo, es que después de escudriñar un par de trabajos del autor, leer algunas obras tanto periodísticas como literarias y ver en los canales de televisión argentina la historia de su trágica muerte, supe, indiscutiblemente, que mi biblioteca debía casi por obligación tener un libro de él.
Tuve entonces la determinación de comprar Operación Masacre, indudablemente, su mejor obra. El libro que le dio la fama de la que nadie quería disfrutar en su época, porque fue esa misma fama la que lo hizo un blanco fácil. El espíritu creativo de Walsh siempre se atrevió a ir más allá, no por obtener esa efímera fama, sino por la justicia histórica de denunciar a través de la literatura los cruentos crímenes de los que fue testigo.
Nunca me ha gustado hablar por teléfono, por eso le pedí a una compañera que telefoneara ella misma a la mejor librería de la ciudad y preguntara por Operación Masacre. De algún modo, desde el principio, sabía que el libro no estaba en venta en la librería, ya que es un autor muy desconocido para el mercado; ahora bien, la venta de sus libros en librerías colombianas es casi como encontrar una sortija en un arenal. Sin embargo, nunca pensé lo que pasaría después. En medio de la conversación, del otro lado contestaron y se saludaron como usualmente saludan las personas por teléfono, es decir, muy cordialmente. Luego ella preguntó primero por libros que pudiera haber con el nombre del autor y comenzó a deletrearlo. Del otro lado completaron su apellido, insistiendo siempre en la exactitud de su pronunciación. Luego, el operador nombró solo un libro de él, que, por cierto, no incluía a Operación Masacre o ninguna otra investigación periodística de él. Luego pregunto mi compañera por el libro exacto (es decir Operación Masacre) y del otro lado le dijeron, con algún pesar entre las palabras, que el libro por el que preguntábamos no estaba disponible, incluso, para completar, dijo que estaba discontinuado, que no se había vuelto a publicar y que la compra de él, por lo menos en Colombia, era una imposibilidad. Con esto no quedo más que recurrir a la biblioteca pública.
¿Pero por qué Operación Masacre está descontinuada? Investigando, supe que la primera y la última publicación fueron realizadas por Ediciones de la Flor. Ahora bien, muy poco se sabe de Walsh, incluso podría llegar a afirmar que algunos académicos de la literatura no saben nada.
Operación Masacre es la obra que todo periodista debería leer, todo buen librero debería recomendar y todo buen amante de libros debería poseer en su biblioteca. La investigación es rigurosa y de una prosa novelesca, pues parece, a veces, más una obra de ficción que una reconstrucción de hechos reales. Al leerla es difícil pensar que el autor habla de un suceso histórico y no de una invención. Sin embargo, la producción periodística de este autor no termina allí y la componen otras dos obras.
Su producción literaria la componen igualmente varios cuentos, dentro del cual está Esa Mujer, un cuento que afirman muchos es uno de los mejores de la literatura argentina, cosa que yo podría discutir.
Su creación literaria no es lúcida en mi criterio, cosa que no puedo decir de sus obras periodísticas que son por lo demás excelentes. ¿Entonces por qué no es un autor que se publica? ¿Por qué no es un autor que se menciona? Quizás, como algunos escritores, Walsh está a la sombra de otros considerados autores grandes en su país. Tal como sucede con Borges, Sábato y Cortázar, la trinidad literaria argentina, que opacan a Arlt, Walsh y Güiraldes. De Arlt diré poco, solo que posee dos de los libros más nihilistas y excéntricos que conozco, Los Siete Locos y Los Lanzallamas, su personaje Endorsain encarna uno de los lunáticos destructivos más grandes de la literatura latinoamericana, dos libros recomendables para personas que desean quemar el mundo.
Muchos lectores no conocen esta parte de la literatura argentina, no solo porque su producción editorial, divulgación literaria y venta no es lo suficientemente basta y pública como en otros autores de este mismo país, caso de la trinidad anteriormente mencionada. No obstante, el reproche no es frente a los autores de esta trinidad argentina, cosa que no me atrevo a hacer, no solo porque no tengo nada que recriminar de ellos. El reproche es sobre la producción editorial y su divulgación, asunto que no resuelven todavía las editoriales. Hasta ahora ninguna editorial grande, excepto alguna que otra pequeña o de poco renombre, se anima a publicar a estos autores. Recordemos el caso Walsh, sus investigaciones periodísticas se han quedado casi en la misma editorial donde en principio se publicaron, excepto por alguna que otras que han decidido reeditarlo de manera ilegal o sin los permisos necesarios. El argumento de las grandes editoriales para no volver a publicar a estos escritores usualmente es el mismo: poca fama, poca demanda. Sin embargo, es una cadena que nace de un problema interno de las mismas editoriales que, al no promocionar al autor, o no divulgarlo a través de la gran cantidad de medios que posee, llevan a que este experimente el anonimato y lo hunda donde solo los escudriñadores de escritores pueden llegar. Este anonimato, por obvias razones, reduce la capacidad de compra de los lectores que en su mayoría optan por comprar al autor recomendado. Pero si las editoriales no recomiendan estos autores, ¿cómo desean que los lectores compren sus libros? Es un arma de doble filo, puesto que al promocionar venden y proporcionalmente al no hacerlo dejan de vender. La cuestión también gira en torno a quién los publica, puesto que las editoriales pequeñas son las únicas que se arriesgan y, en su defecto, por ser pequeñas, no poseen con los recursos adecuados para divulgarlos en el medio.
Si, por un lado, las grandes editoriales no se arriesgan a publicarlos por ser desconocidos –cosa que no quiere decir que sean malos-, por otro lado, aquellas pequeñas editoriales que generalmente se arriesgan fracasan al no contar con los recursos adecuados para presentarlos en el medio.
Son desconocidos no porque sean malos –vuelvo a recalcar con ahínco-—, sino porque no hay suficiente promoción sobre sus nombres y su obra.
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